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13
SEP
2017

Resiliencia: Reconciliarte con la vida

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– Noviembre – 

Un niño sale de la consulta del médico lleno de vitalidad.

Su madre, lleva su diagnóstico en mano: cáncer.

Zas.

***

Sí, hoy vengo a hablar de cáncer, de lo que supone vivir una enfermedad en la infancia, la exigencia social de ser fuerte siendo niñx y de algunos conceptos mitificados y , a veces, equivocados, sobre lo que significa ser una persona resiliente.

 

Pero, ¿qué es el cáncer?

 

Para explicárselo a lxs niñxs, suelo utilizar una metáfora con círculos y triángulos:

– Nuestro cuerpo, está compuesto por células que son círculos. Esos círculos se van multiplicando y cada vez son más. Por eso, las personas somos más grandes conforme vamos creciendo.

– El cáncer se produce cuando un círculo al multiplicarse, se convierte en dos triángulos. Estos triángulos son malos y por eso, hay que destruirlos.

– ¿Y cómo se destruyen esos triángulos malos?

Pues principalmente con una pócima que se llama quimioterapia.

Lo que pasa es que esta quimioterapia es tan fuerte, que no sólo mata a los triángulos, sino que también a algunos círculos y eso es por lo que lxs niñxs pierden el pelo, tienen más cansancio y otros muchos más síntomas.

  

¿Y cómo se origina el cáncer?

 

 

Pues como en todo, es la suma de genes y ambiente.

Si es cierto, que en el caso del cáncer infantil, el peso de los genes es mayor, pues el contacto con factores ambientales en el tiempo, ha sido menor que en el de una persona adulta. No obstante, en el origen del cáncer surge un mito: la influencia de los genes.

Muchas veces cuando pregunto a las personas cuál es el porcentaje en el que los genes influyen en la aparición de un cáncer, la respuesta suele ser un 60 o 70%. Realmente es sólo un 15%.

Al final, este mito busca el control, el estar seguro de que yo no lo voy a tener, porque en mi familia no hay casos, lo que también supone un exceso de preocupación para los que sí tienen casos familiares.

Además, creo que estamos en un momento histórico en el que buscamos constantemente las causas del cáncer.

Existen rumores como el patrón de personalidad tipo C, personalidad caracterizada por reprimir tus emociones y que se suponía que podía hacer que tuvieras cáncer. Por suerte, ya hay investigaciones que demuestran que esto es completamente falso; existen estudios que afirman los importantes aspectos preventivos del cáncer en la alimentación, pero que la gente ha convertido en dietas anti cáncer que aseguran la no existencia de él.

Una vez más, buscamos la causa, porque cuando alguien encuentra la causa de algo, lo hace controlable.

El problema, desde mi punto de vista, está en que muchas veces, asociar un cáncer a una personalidad o a altos niveles de estrés, puede generar una emoción de culpa. Por eso, yo siempre he dicho que cuando una persona pregunta por la causa de su cáncer, una persona profesional, debería siempre contestar:

-No lo sé.

Porque al final son tantos los factores implicados, que nadie puede asegurar cual ha sido el factor clave, el que te ha llevado a tener cáncer, o los que te han llevado, porque pueden ser varios.

Pero ojo, no me malinterpretéis, claro que debemos promover un estilo de vida saludable, y claro que las conductas preventivas son importantes. Pero nada de lo que hagamos, nos asegurará no tener cáncer, lo siento.

Esto es como ir por la calle: nadie nos puede asegurar que no nos atropellen nunca, pero eso no quita para que esperemos a que el semáforo se ponga verde o que miremos a ver si no vienen coches.

 

Se trata de aprender a convivir con la incertidumbre.

 

Volviendo al tema de la culpa, me gustaría dar importancia a la culpa infantil, que aunque parezca rara, también existe. Por eso, considero importante explicarles que la culpa no es de ellxs …  la culpa es del cáncer.

De ahí, la importancia de hacerles entender a lxs niñxs lo que tienen. Sin eufemismos, sin palabras inventadas, superar el “estás malito”. Usar la palabra cáncer. Porque evitar nombrar lo temido, sólo incrementa el temor de lo nombrado.

Invisibilizar la palabra, no va a hacer que la enfermedad desaparezca, ni que tenga menos importancia y el infante vivirá en el desconocimiento, lo cual aún da más miedo.

Sé que asusta, a veces pensamos que no lo van a entender, o que van a tener miedo a morir. Lo que pasa es que realmente ese miedo a morir, no es de ellxs, si no de las personas adultas.

Las personas adultas hemos asociado la palabra cáncer con la muerte, lxs niñxs no.  Además, con la población infantil se puede hablar de todo, solo hay que saber utilizar el lenguaje adecuado. Y aún más importante, una vez explicado, pedirles que nos expliquen que han entendido para asegurarnos de que comprenden lo que sucede.

 Quizás ahora vaya a hablar de un tema que igual es complicado y del que no estáis muy de acuerdo, así que vamos a ir despacito y con buena letra, a ver si consigo mostraros mi visión del problema:


>> El problema de usar un lenguaje de guerra para describir el proceso: luchar, guerrerxs, personas con superpoderes, imparables, invencibles…

 

 

 Os preguntaréis ¿por qué? Porque como psicólogo pienso que el lenguaje no describe el mundo, lo crea.  Esas palabras no dejan cabida a las emociones, a la posibilidad de rendirse o a llorar.

Pensadlo

¿alguna vez habéis visto a un guerrerx llorar? ¿O rendirse?

¿Habéis visto a una persona con superpoderes pensar en sus problemas en vez de preocuparse por los de lxs demás?

¿Y si unx niñx, por llamarlo de esta manera, no hablara de sus problemas por no preocupar a sus padres y madres?

Semiro, Demjén y Koller (2014), en su estudio,  demostraron como las metáforas de guerra pueden producir sentimientos de culpa y fracaso en los pacientes de cáncer. E incluso, en una nueva revisión, realizada por Hauser y Norbert (2016), se encontró que las metáforas de guerra podrían provocar que las personas sin cáncer, tomen una actitud agresiva contra él, en vez de realizar conductas preventivas y de tratamiento recomendadas.

¿Veis?, no lo digo yo porque quiera, hay estudios que lo demuestran. Y aún más interesante, ¿y si este lenguaje que utilizamos hace que los supervivientes de cáncer infantil no realicen conductas preventivas, como analíticas anuales o una alimentación equilibrada tras la enfermedad? ¿Y si estamos siendo socialmente lxs responsables de esta situación? Si soy imparable, ¿para qué voy a cuidarme?

Por todo esto, muchas veces planteo la situación de que estas metáforas de batalla no permiten fluir las emociones, no permiten llorar, estar triste o tener miedo. Al contrario de lo que muchxs podéis pensar, yo siempre animo a permitirles sentir y a estar tristes.

Cuando digo esto, muchas veces hay alguien que me dice que si dejamos que sientan la tristeza, se deprimirán. ¡Qué curioso! Yo hablo de sentir tristeza y la gente habla de depresión. ¿Veis? Hemos patologizado la tristeza. Yo no veo que se medique la ira, pero sí la tristeza.

 

 

Es más, si precisamente no hablamos de la tristeza, la emoción se enquista, no permitimos que fluya y solo hacemos que la persona cargue con ella. Porque lo que se calla, se carga. Hasta que el peso de lo que cargamos es insoportable, hasta que no podemos más y estallamos.

Y muchas veces, eso desata un estado depresivo. Así que, aunque parezca paradójico, el sentir la tristeza y liberarla, nos permitiría, bajo mi opinión,  evitar muchos estados depresivos.

 

De todo esto, siempre hago una reflexión interesante: yo recuerdo que cuando me tocaban pruebas difíciles, llegaba llorando al hospital.

Lógico.

Y muchas veces, me decían que no llorara, que yo era un valiente.

Y aquí hay un error: Ser valiente no consiste en  no tener miedo, si no en, pese a tenerlo, enfrentarnos a él.

Este constante esfuerzo por querer bloquear o eliminar las emociones negativas, me da la oportunidad de hablar de otro tema dentro del cáncer:

la positividad.

 

 ¿Es bueno ser una persona positiva durante la enfermedad? ¿Es malo? ¿Qué es ser una persona positiva?

 

PROBAD A HACER UN EJERCICIO:

Preguntaros ¿Qué es para mí ser una persona positiva?

 

Muchas respuestas podrán ser:

“sonreír siempre”

“seguir luchando ante las adversidades”

“ver la parte buena de las cosas”

“no rendirse nunca”

“olvidarse de lo malo” … entre otras muchas.

Para mí, ser positivo es tener una actitud esperanzadora ante la vida, ser tenaz y constante para conseguir aquello que deseas y disfrutar de las cosas que haces, siempre en continuo aprendizaje. Pero también, a veces, es llorar, enfadarme, aburrirme los domingos, y no querer levantarme los lunes de la cama.

 

 

Es disfrutar de lo bueno, pero también sentir lo malo. Aprender de las experiencias positivas, y de las negativas.

 

 

¿Pero entonces, es bueno o es malo? Depende.

Hay estudios que demuestran que tener una actitud esperanzadora a la hora de afrontar la enfermedad es bueno, ya que facilita la adherencia al tratamiento y hace del proceso algo un poco más llevadero. Para mí, el problema llega, cuando planteamos una positividad exigida y constante, en la que no hay espacio para llorar o estar triste.

Entonces es cuando me hago una pregunta ¿queremos ser personas positivas, o queremos huir del dolor?

 

 Por eso, basta de ser fuerte, basta de ser imparable. Hay que SER.

Y SER implica a veces sacar fuerza, ganas y energía para sobrellevar los malos momentos. Pero también implica emoción pura, liberadora y llena, llena de valentía porque pese a lo que muchxs piensan, he visto el mayor de los corajes en aquellas personas que han sido capaces de romper a llorar, asumiendo que a veces cuesta.

Cuando el proceso ha finalizado, y la persona ha sobrevivido a la enfermedad, aunque a veces no es así, llega una pregunta:

¿Y ahora qué?

 >> Te dicen que ya está, que eres un superviviente, que puedes hacer vida normal y que tendrás revisiones para comprobar que no haya recaídas, hasta que las revisiones sean con menor frecuencia y la no existencia de recaídas, te permita decir que ya tienes la misma probabilidad que una persona de la calle de volver a tener cáncer.

 

 

Nos piden que hagamos vida normal, cuando nuestra vida ha cambiado, cuando ya nada es igual.

Es como pedirle a alguien que tras un tsunami, vuelva a la playa como si nada. Que los golpes se han curado. Los físicos, claro.

Aquí está la clave, hemos creado un concepto tan frío y estático de la supervivencia, pensamos que la supervivencia es un fin de meta, algo que llega, cuando realmente la supervivencia no llega, la supervivencia hay que construirla. Si esta enfermedad, te dejó sin amigxs, tu supervivencia será encontrar personas nuevas. Si esta enfermedad arrasó con tu autoestima, tu supervivencia será reconstruirla.

Y de esta forma, uno integra los aspectos psicológicos y sociales con los físicos, y consigue alcanzar la propia supervivencia y así conseguir: la resiliencia, la integración de la enfermedad en la dinámica de la vida.

Por eso, ser resiliente, implica emoción, además de fuerza. Pero bloquear las emociones y luchar siendo siempre fuerte, no da la resiliencia, sólo fomenta la resistencia, malvivir con salvavidas, aguantar ante las adversidades, seguir respirando. Pero seguir respirando, no es vivir.

 

La única forma de vivir, es siendo, sintiendo e integrando.

 

Siempre he dicho, que cuando una persona se enfrenta a un evento traumático, paga un precio:

el precio de ser consciente de la incertidumbre, de que en la vida a veces las cosas salen mal.

 

Aunque también es cierto que, con tiempo y trabajo emocional, uno consigue valorar mucho más las pequeñas cosas de la vida, aquellas cosas que el resto de mortales solo valoran cuando penden de un hilo. Porque es así, para disfrutar de las cosas buenas, una persona tiene que sentir las malas. Para que haya una sombra tiene que haber un obstáculo, pero también una luz.

Todo llega, pasa y cambia, tanto lo bueno como lo malo.

 

Sé, siente, integra, acéptate y quiérete.

De todas las violencias existentes, la peor de ellas es la que infringimos contra nosotrxs mismxs.

 

 

Gracias por leer mi artículo, si necesitas ayuda, puedes contactar con nosotros/as; con el equipo de profesionales de  Espacio Ítaca a través de  info@espacioitaca.com. 

 

 

Artículo redactado por Sergio Miguel Bellosta, psicólogo de Espacio Ítaca (nº de colegiado A-2815 ), en septiembre de 2017.

Te animamos a compartir el artículo si lo deseas, pero siempre nombrando la fuente y a su autor, gracias.

 

 

 

 

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